El 7 de octubre de 1913 fue asesinado, por los esbirros de Victoriano Huerta, el senador Belisario Dominguez. El mismo Huerta, en febrero de ese año, había ultimado cobardemente a Francisco I. Madero y a José María Pino Suárez, abriendo así para el siglo una práctica política de la usurpación del poder por medio del crimen. Ni Porfirio Díaz se había atrevido a tanta ignominia y prefirió, con el balance adverso de su gestión, expatriarse para no vivir la vergüenza de la ira popular contra su despotismo, ejercido por la vía de la violencia institucional, que separó al país entre los pocos privilegiados y la inmensidad de los desheredados.
Se trataba de llegar a la presidencia aun aliándose con gobiernos extranjeros, como lo hizo en el pacto “de la Embajada” con el norteamericano Henry Lane Willson, a quien “el apóstol de la democracia”, Francisco I. Madero, había emplazado para que las compañías de su país, que entonces extraían el petróleo mexicano, al menos pagaran los impuestos mínimos por ello.
Igual suerte correría Venustiano Carranza cuando, contra la opinión de Washington, se atrevió a promulgar la nueva Constitución, en cuyo artículo 27 se consagraba a la Nación mexicana como única propietaria de los recursos minerales y petroleros. Ambos homicidios básicamente por la misma causa.
La sombra del “huertismo” hoy, a pesar de haber sido derrotada por el General Cárdenas en 1938, no ceja en su intención de desposeer a la nación de la soberanía de su propio subsuelo.
De aquí que la conmemoración del heroísmo del senador chiapaneco Belisario Domínguez tiene, sobre todo, el significado de reconocer en nuestros días, al mexicano de hoy que a semejanza de ese insigne patriota que, incluso con el riesgo de su vida, defendió esencialmente el orden constitucional contra quienes quieren someter los supremos intereses de la Nación a sus ambiciones inconfesables.
Es en esta línea, la comisión del Senado que eligió al maestro Ernesto de la Peña para la medalla Belisario Domínguez, a pesar de haber estado propuesto también el constitucionalista Jorge Carpizo, obedeció más a razones de neutralidad o bajo impacto político del homenajeado que a una decisiva aportación afín a los ideales y motivaciones de fondo del senador chiapaneco.
Efectivamente, es incuestionable el merito de Ernesto de la Peña premiado el 14 de noviembre por su contribución cultural a México pero, es todavía más relevante y trascendente, el talento y la vocación jurídico-política de Carpizo en la defensa y reconstrucción del orden constitucional, con el más claro sustento nacionalista que preserva para los mexicanos en exclusiva, el beneficio de la vigencia de la máxima ley de nuestra patria.
No obstante los que quisieron “descafeinar” la medalla Belisario Domínguez, como lo han hecho otras veces, no lo lograron plenamente porque, si algo quedará grabado en el legado que nos deja el sabio De la Peña es el fragmento de su última declaración al recibir el premio internacional Menendez Pelayo 2012, entregado en el Colegio de México, apenas a principios de septiembre de este año, cuando dijo: “…en México, la realidad, para desgracia de todos, esta invadida por el crimen, la corrupción, la lenidad, la inseguridad, crisis económicas, disensiones de partido. Es una realidad muy amarga. Nací en México y mi larga vida ha pasado aquí, no creo recordad un solo momento de crisis mas grave que la actual”.
Con este epitafio se despide el erudito, humanista, literato, filólogo, poeta y sobre todo mexicano, arraigado a lo más profundo de nuestro ser cultural. En este dramático balance es donde el eminente jurista Jorge Carpizo Macgregor se adelantó y se aproximó más en su crítica política a la posición del parlamentario sacrificado y, por ende, su contribución a la conciencia contra el autoritarismo e ilegitimidad del presidencialismo es más trascendente, para hacerse acreedor a la medalla anual del órgano legislativo.
Carpizo logra dejarnos un singular ejemplo. Jamás comprometió su independencia y libertad intelectual de crítica académica en ninguno de los cargos públicos que llegó a ocupar en el Ejecutivo y en el Judicial. Su congruencia lo llevó a mantenerse incólume frente a la seducción de quienes hubieran querido hacerlo dócil a los favores. Universitario en el más profundo sentido de la palabra, el ex rector fue más fiel a su pensamiento y a sus convicciones que a cualquier coyuntura política que pretendiera cooptarlo.
Carpizo era el indicado, De la Peña también está siendo reconocido en el ámbito de su contribución a la Cultura.
Comentarios recientes