Las traumáticas elecciones de 2006, que dieron al traste con lo que se había considerado hasta entonces, como una fórmula genial de la creación de un arbitro imparcial ciudadano que lo fue el IFE, nos reveló que las ansias de poder derriban todo dique jurídico para llegar al final, a las imposiciones y, con ello, al origen de todos nuestros problemas. El arribo al cargo público con dudosa legitimidad pero, con todas las cargas de compromisos para pagar “las colaboraciones” de todos cuantos lo lograron o lo hicieron posible, es un mal comienzo.
Para evitar la repetición del caso Calderón –Ugalde, se llevó a cabo la Reforma Política de 2007, que se instrumentó en la llamada “Ley Beltrones” que intentaba, en un año, agotar todos los temas de la agenda. Al final de este espacio, se avanzó en algunos capítulos pero, los más se quedaron pendientes como la reelección, el fuero, la doble vuelta, etc. Lo cierto es que, en cuanto a lo electoral, el beneficio fue que se acortaron los períodos de campaña y se pretendió reducir los altos costos de las mismas. Así, la campaña presidencial se ajustó a 90 días y la de senadores y diputados a solo 60, acortándose también, el límite autorizado para los gastos en las presidenciales a una cifra que ronda en los 360 millones de pesos.
Se creyó que estos topes de tiempo y dinero, junto con la reforma al artículo 41 Constitucional para consagrar y condicionar la validez de las elecciones a la estricta observancia de los principios de imparcialidad, legalidad y equidad, las elecciones de 2012 nos iban a resultar a la medida democrática que soñábamos. Todavía más, se modificó la mecánica de la integración de los consejeros del IFE para garantizar su independencia y eficacia alternando el inicio y final del encargo.
Pero he ahí que la Ley Beltrones fue el camuflaje porque, con anticipación a ésta en el PRI, ya se cocinaba otra sopa. El Plan Peña-Nieto-Moreira-Televisa, estaba viento en popa. No importaría que leyes se tuvieran que aprobar o cuales otras se sabotearían “con fuego amigo” desde dentro del mismo partido: Se trataba de sacar adelante a un candidato que no tuviera límites de dinero (para eso estarían dispuestas las arcas de Coahuila y otros donadores estatales) ni de escrúpulo para situar una imagen de telenovela y atacar a los potenciales adversarios (AMLO) con los comentaristas de las audiencias de mayor rating (López Doriga y Adela Micha, etc., según se conoció recientemente).
Así se dio una reforma política previamente estrangulada por la fuerza de los hechos y del dinero. Los anuncios y publicidad televisiva para promoción de gobernantes, que en la reforma legislativa se prohibía, fue la primera regla que se rompió. Encubierta en mensajes de avances e información social, Peña y Moreira colmaron (con Calderón) los espacios televisivos y radiofónicos durante muchos años. Los pagos a raudales a los canales, estaciones y columnistas lograron garantizar el silencio sepulcral de lo que se estaba tramando.
Llegó el momento de la decisión y, desde luego, Peña Nieto arrolló en su partido. Ya sin amarres y con la complicidad de sus otrora críticos en su instituto, se fue solo aunque teniendo que dejar en el camino a Moreira para ocultarlo mientras llegaban a la meta. Los encuestadores participaron también con un papel importante y se dieron vuelo cobrando lo que quisieron, solo con sumarle unos puntos a Peña y restárselos a AMLO. La jauja continuaba y el sueño casi se realizaba.
El único ingrediente que se les fue, es el de una nueva y mejor generación de estudiantes a los que consideraban dóciles y sumisos y quienes, de repente, irrumpieron con una protesta en la Universidad Iberoamericana que prendió inmediatamente porque se conectó con una conciencia colectiva que se creía dormida y que estaba más atenta que nunca para no dejarse arrastrar por la maniobra priísta. Los jóvenes se responsabilizaron para situar lo electoral como coyuntural y rescatar lo político como trascendente.
Está en juego el futuro de México, no el de una casta de privilegiados que lucran con el poder, postergando la verdadera democracia. Ese es el desideratum actual. Si hubo inequidad, parcialidad e ilegalidad, las elecciones no pueden ser convalidadas porque, con ello, prostituimos a la autoridad para siempre. La única reforma política es la verdad y el respeto a la libertad de información, lo demás es pirotecnia priísta.
Comentarios recientes