La otra ruta migratoria / Cimacnoticias
Por Elizabeth Muñoz Vásquez
Los municipios de Tapachula, en Chiapas, y Ecatepec, en el Estado de México, ofrecen a mujeres migrantes centroamericanas empleos en condiciones de explotación extrema “y con frecuencia muy cercanos a la esclavitud”, debido a que son estigmatizadas como extranjeras pobres, ignorantes, indígenas y “mujeres de la calle”.
Lo anterior se revela en la investigación “Mujeres transmigrantes”, realizada por el Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría de la Universidad Iberoamericana campus Puebla.
Se desprende también que a las mujeres se les concentra en los segmentos del mercado del trabajo segregado por sexo más marginales y estigmatizados.
“Las mujeres centroamericanas en Chiapas están concentradas en los centros nocturnos-bares, cantinas, table-dance, en el trabajo doméstico o en el agrícola, y sobre todo en el comercio informal”, reporta el estudio.
De acuerdo con la investigación, en esos dos municipios las mujeres transmigrantes (que están de paso por México en su trayecto hacia Estados Unidos) tienen “mayores oportunidades de realizar actividades remuneradas, eventuales o con cierto grado de estabilidad”, pero el trabajo es “totalmente denigrante y no hay políticas, ni programas gubernamentales dirigidos a protegerlas”.
Esa oferta de trabajo aparentemente atractiva se ha convertido en un factor llamativo para mujeres que practican una migración de sobrevivencia, y como resultado de ello es que cada vez más mujeres de origen centroamericano se van quedando a vivir en la zona fronteriza, y a lo largo de la ruta del Soconusco (Chiapas) hasta el centro del país.
En el estudio se destaca que precisamente en esa ruta una gran cantidad de mujeres son obligadas a prostituirse, o están “atrapadas (sic) en situaciones de trata con fines de servidumbre doméstica, explotación sexual o el trabajo forzoso”.
Asimismo se indica que además de la explotación laboral, tanto en Chiapas como en el Estado de México, se registra un gran número de mujeres jefas de familia, que se han establecido en las zonas metropolitanas debido a que se están casando con un mexicano o bien un centroamericano, aunque eso les implique seguir ejerciendo el rol de trabajadora o cuidadora.
La investigación concluye que el “efecto de la transmigración es de dos caras”, pues por una parte pareciera que fortalece a las centroamericanas, quienes al trabajar y percibir un ingreso adquieren más confianza en sí mismas y llegan a tener el reconocimiento de sus familiares al considerarlas mujeres independientes.
Sin embargo, se agrega, el reconocimiento que pagan por lo anterior es muy alto y en algunas ocasiones muy traumático, pues las mujeres que son objeto de trata con fines de explotación sexual “por lo que ven y lo que viven cambian totalmente su manera de concebir la sexualidad y la moral sexual, y no alcanzan a distinguir lo que está permitido y lo que no, lo que está bien y lo que está mal”.
Finalmente se demanda a las autoridades de todos los niveles revisar los criterios con los que actúan, pues evidentemente no hay un reconocimiento y respeto a los Derechos Humanos de las mujeres migrantes.
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