Crecí en un país machista, lo que me une con la mayoría de las mujeres del mundo, ya que pueden hacer constar lo mismo.
Compartimos la enseñanza: desde pequeñas nos han dicho que los hombres son fuertes, que no lloran y que no le temen a nada. Sin embargo, conforme pasan los años, la realidad nos demuestra que no todo lo que se dice es verdad: los hombres sí lloran, sí le temen a muchas cosas, y sí hay mujeres con voluntad e ideales inquebrantables.
Resulta que el mundo puede ser distinto a lo que nos enseña la familia, la religión y la sociedad, ya que hay muchas formas de ser hombre, hay muchas formas de ser mujer, pero sobre todo, hay muchas formas de ser humano.
No obstante, seguimos viviendo en un mundo donde los roles tradicionales de los hombres y las mujeres están definidos de una manera estricta y limitada.
Cada día la realidad nos pone de testigos, para que presenciemos cómo cualquier intento de cambio de estos roles provoca miedo en las personas. Frecuentemente este miedo llega a transformarse en actos muy poco pensados, como es atacar física y psicológicamente a las y los que luchan por la igualdad y por los Derechos Humanos.
Es importante identificar y denunciar este pavor al cambio, ya que el ciclo vicioso del miedo lleva a la violencia, intolerancia e injusticia –hechos que buscamos erradicar en nuestra sociedad–.
Desde hace aproximadamente un año Nicaragua empezó a vivir una polémica social muy interesante que fue provocada por la famosa Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres, mejor conocida como la Ley 779.
El contexto es el siguiente: al aprobar la Ley 779 el año pasado, Nicaragua oficialmente se convirtió en el séptimo país en América Latina en condenar la violencia contra las mujeres.
La nueva norma establece diferentes sanciones como: sentencias de hasta 30 años de prisión para los agresores, creación de los juzgados especializados en violencia de género en todo el país, y prohibición completa de la mediación entre la víctima y el agresor como una medida de resolución de conflictos.
Pero, ¿por qué no se permite la mediación? La respuesta a esta pregunta tiene raíces en las siguientes estadísticas: según el Movimiento Autónomo de Mujeres en Nicaragua, 33 por ciento de las mujeres que fueron asesinadas por sus parejas habían aceptado previamente este método de resolución de conflictos.
¿Por qué la mediación no funciona? Porque resulta que el único objetivo de las mediaciones en los conflictos intrafamiliares de hoy en día es persuadir a la mujer de perdonar al agresor y regresar a la familia.
La mujer perdona, la mujer regresa, pero la violencia sigue. Al analizar estos simples hechos se puede llegar a la conclusión de que la mediación debe ser repensada seriamente o prohibida, ya que no contribuye a la eliminación de la violencia.
Lo más interesante es que hace apenas unos días cientos de personas salieron a las calles de Nicaragua para manifestarse en contra de la Ley 779.
Entre las exigencias más repetidas de los manifestantes (aparte de anular la ley como tal) fue el regreso de la mediación al proceso legal. A las manifestaciones de las calles se sumaron las voces de representantes de la Iglesia evangélica, que sostiene que la Ley 779 atenta seriamente contra la integridad de las familias.
Pero, ¿quizás es mejor estar viva, que casada? Desgraciadamente no todos responden “sí” a esta pregunta. Desgraciadamente las manifestaciones en contra de la nueva ley representan el miedo a los cambios. Este miedo llegó a cuestionar la constitucionalidad de la ley ante la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua. Aún hoy en día todas esperamos esa respuesta.
Para las y los lectores que podrían llegar a pensar que el miedo a los cambios en la sociedad y las actitudes machistas se encuentran con mayor frecuencia en los países en desarrollo que en los desarrollados, existe un claro ejemplo de lo contrario.
El caso de Anita Sarkeesian, feminista estadounidense, crítica de los medios y famosa bloguera, puede ilustrar cómo el machismo sigue vivo en todo el mundo.
Anita se hizo conocida mundialmente cuando empezó su videoblog llamado Frecuencia Feminista (Feminist Frequency). Su objetivo fue analizar la imagen de las mujeres y su uso paradigmático en la cultura popular, eligiendo como objetos de análisis algunos de los medios de mayor expansión y alcance reciente: las películas y los videojuegos modernos.
Durante su investigación se identificó que la imagen de la mujer fue violentada y distorsionada por los escritores o guionistas sólo para alcanzar ciertos objetivos dentro de sus historias.
Por ejemplo, uno de sus más interesantes videos examina cuando las mujeres aparecen en las películas y videojuegos como incapaces de valerse por sí mismas, inseguras y en la necesidad constante de que llegue un hombre salvador.
A primera vista la investigación llevada a cabo por Anita parece interesante e inocente. Sin embargo es sorprendente saber que la bloguera se convirtió en el blanco de una campaña masiva de acoso en Internet.
Fue víctima de expresiones machistas, sexistas, de insultos y amenazas de violación y muerte. Sus cuentas de correo fueron invadidas y se llenaron de cartas con comentarios humillantes.
Incluso se creó un videojuego en Internet, en el que aparecía su fotografía y el objetivo de los jugadores era golpear su rostro con el cursor, dejándolo cubierto de sangre y moretones. Anita afirma que pasó mucho tiempo temiendo por su vida.
¿Qué podemos deducir al escuchar estas historias que ocurrieron en diferentes contextos, diferentes países, con diferentes personas, pero que son tan parecidos en esencia?
Podemos afirmar que a diferencia de lo que nos enseñaron de pequeñas, los hombres le temen a muchas cosas. Tienen miedo que las mujeres puedan pisar sus territorios, como lo hizo Anita Sarkeesian; tienen miedo de ser juzgados por violentar los derechos de las mujeres, como lo dicta la Ley 779.
Los hombres tienen miedo a los cambios de los roles tradicionales, porque están dispuestos a acudir a la violencia con tal de no permitir ningún cambio en el balance de poder.
Esto merece una gran aclaración: me refiero a los hombres machistas, ya que los verdaderos seres humanos (sin referirme a ningún género) aceptan y buscan la igualdad y luchan por la inclusión y protección de los grupos más vulnerables.
En esos grupos es donde temporalmente nos encontramos nosotras. Por ahora, pero esperemos que no por mucho: lentamente, pero los cambios están sucediendo, y es nuestra obligación como mujeres – siendo la mayoría en el mundo– acelerar estos cambios hacia un mayor respeto e igualdad de nuestros Derechos Humanos y eliminar la intolerancia y el miedo de la minoría en el poder.
*Periodista rusa residente en México.
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