Columna Plan b* / Cimacnoticias
Mientras veo los videos de la manifestación del 1 de diciembre (1D), día en que el PRI volvió, me pregunto cuánta gente entenderá que este es sólo el principio de una larga carrera para normalizar el disenso y crear contrapesos sociales ante un partido que ha institucionalizado el aval de la corrupción e impunidad para sus miembros.
Generalizar sobre cómo se comportaron quienes se manifestaron el 1D sería equivocarnos. Está claro que una gran mayoría de hombres y mujeres se manifestaron apasionadamente en paz, gritaban lemas y consignas contra el PRI y su presidente ungido y leyeron el comunicado del movimiento #YoSoy132.
Luego de ver 16 videos podemos asegurar que encontramos a 6 o 7 por ciento de manifestantes, casi todos hombres jóvenes con los rostros cubiertos y portando visores para evitar el daño del gas lacrimógeno (que denota experiencia en mítines de este tipo), quienes lanzaron bombas de gasolina hechas en casa.
Otros más ingenuos cargaban palos que blandían frente a las vallas blindadas y los acorazados policías. De entre los miles de manifestantes, un grupo de entre 10 a 12 personas, también con los rostros cubiertos, vandalizó comercios y autos. Podríamos decir que la manifestación se divide en tres grupos.
El primer grupo sería la mayoría de personas que libremente demuestran estar en contra de un régimen y de quienes pretenden gobernarles. La historia les da la razón, el PRI llevó al país al precipicio de la inmoralidad política, justificó todo tipo de crímenes y ha protegido a políticos delincuentes.
La evidencia a este respecto abunda, y sin decoro muchos de los más corruptos priistas tienen desde el 1D más poder ahora que vuelven a Los Pinos y al Congreso de la Unión.
Lo que las y los manifestantes están diciendo es claro: aunque los políticos sean los mismos, la ciudadanía es más fuerte, más rebelde y menos dócil que antes. Eso hay que celebrarlo.
El segundo grupo lo constituye la minoría de jóvenes que han acumulado tanta ira ante la reiterada violencia doméstica, social y de Estado que, combinada con el mal manejo de sus emociones, sus frustraciones personales, creencias políticas y sentimientos de impotencia ante hechos que consideran imposibles de cambiar, eligieron ir preparados para atacar, a sabiendas de que lo único que lograrían sería desahogarse personalmente y dar argumentos gráficos para un embate represor que generaría caos y una gran dosis de violencia policiaca.
Los policías armados con escudos, pistolas de balas de goma, gas lacrimógeno y toletes que pueden partir huesos, impulsados por su propia adrenalina e ira, atacaron a manifestantes sin importar quién agredía y quién no.
Entre las y los manifestantes se encontraban infiltrados policías vestidos de civil, una técnica tradicionalmente utilizada por los regímenes dictatoriales para colaborar en el choque y permitir a la autoridad tener testigos oficiales.
El tercer grupo, el más pequeño según la propia video-evidencia de las autoridades y de la ciudadanía, lo conforman quienes vandalizaron negocios y que claramente cometieron delitos inexcusables.
Algunos, según ha declarado el Gobierno del Distrito Federal, recibieron pagos para provocar el caos. Habrán de demostrarlo y transparentar los hechos. Afortunadamente 56 de las 69 personas detenidas fueron liberadas gracias a videos que demuestran su inocencia o a falta de pruebas oficiales.
Conocemos los hábitos de muchos medios para justificar todo acto de violencia de Estado por absurdo e injusto que sea, porque su papel es servir como megáfonos de la retórica gubernamental que paga por crear un discurso social que le conviene.
Así envía un claro mensaje: someterse o aliarse al poder es bueno, rebelarse y promover el disenso es un acto pro-terrorista. Felipe Calderón jugó un papel muy importante en fortalecer esa unificación de criterios mediáticos, muy similar a la que dispuso en su momento Luis Echeverría.
Tenemos que recordar que las prioridades y preocupaciones de los periodistas de las élites no representan las de la sociedad en general. Para restar poder al discurso reduccionista de esas élites es preciso promover nuevos discursos no violentos, rebelarse con indignación estratégica.
Transformar este ejemplar hecho de represión, en que colaboraron infiltrados del PRI con las policías federal y capitalina, en una oportunidad para crear estrategias que nos permitan seguir fortaleciendo el contrapeso que resultará indispensable en el sexenio, para que la violencia y la sumisión no ganen la batalla, que a fin de cuentas es lo que desean quienes se consideran amos y señores de México, y quienes llevan sus propias agendas de destrucción de consenso a las demostraciones.
*Plan b es una columna publicada en CIMAC. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
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