=Por Jesús González Schmal=
De las pocas áreas de gobierno que salvaban al PRI en las épocas anteriores a Miguel de la Madrid, fue su Política en materia de Relaciones Exteriores. La herencia carrancista de mantener la dignidad frente a los Estados Unidos en los momentos más comprometidos, así hubiere sido ante el pretexto de la reclamación gringa por la captura de sus marines cometiendo fechorías en Tampico, o la descarada Toma del Puerto de Veracruz en 1914 para cobrar el agravio; el Jefe del Ejército. Constitucionalista jamás dejo, ni aún en la conferencia mediadora de Niágara Falls, la oportunidad de sostener los principios de independencia y ejercicio pleno de la soberanía nacional. Hoy el PRI “peñista” abjura de esa valiosa tradición nacionalista.
Ocurre que mientras en Estados Unidos Obama, tras mano, alentaba una reforma migratoria tramposa, la Cancillería mexicana, el mediocre embajador en Washington Eduardo Medina Mora, las Comisiones de Relaciones Exteriores de la Cámara de Senadores y de Diputados en el Congreso de la Unión temían decir una sola palabra en contra o ignoraban los hechos, una coalición de legisladores demócratas y republicanos en el Capitolio fraguaban, y al fin lograron, que el proyecto de probable reconocimiento de derechos a millones de indocumentados, se condicionara a la conclusión de la ominosa muralla entre ambos países.
Fue Vicente Fox, quien, después del fallido intento de congraciarse con Bush Jr. al cederle -sin tener claramente la obligación- el pago de cinco años de dotación de agua a los agricultores de Texas de la Cuenca del Río Bravo, en perjuicio de los productores mexicanos del Valle de Matamoros, el que inicio el servilismo diplomático. México no había podido cumplir con su compromiso debido a las prolongadas sequías, no obstante el guanajuatense esperaba recibir en reciprocidad la ley migratoria que nunca llegó. En cambio, le correspondieron con la construcción de la primera parte de la muralla divisoria, que el entonces presidente dócilmente “aceptó, sin decir pío”.
El señuelo de regularizar eventualmente la estancia de diez u once millones de mexicanos que residen en los Estados Unidos, después de someterlos a humillantes procesos como pedigüeños de un derecho al trabajo, justificó que para autorizarlos se incrementará previamente el presupuesto de resguardo de la línea fronteriza con México. Se cubrirán con fuerzas armadas los más de 3 mil kilómetros, para alcanzar 40 mil efectivos. Se aprobaron también nuevos sistemas electrónicos de detección de personas, y el uso de drones o aviones no tripulados para arrasar las columnas de inmigrantes en la línea fronteriza.
Se dice y no sin falta de razón, que ésta denigrante acción, tiene como referente lo ocurrido entre Corea del Norte y Corea del Sur desde mediados del siglo pasado. Sin embargo, la diferencia esencial es que allá, viven los mismos coreanos que se han dividido y que hoy requieren de 40 mil soldados para que los del Norte no invadan al Sur. Acá la historia es totalmente distinta porque el territorio, al que inmigran nuestros nacionales, es un territorio que fue despojado a México en una guerra prefabricada para apoderarse de una extensísima superficie que fue ocupada por anglosajones que, en vez de integrarse a sus habitantes originarios, gradualmente los expulsaron. Les han hecho sentir que están en suelo ajeno en virtud de un Tratado como el de “Guadalupe-Hidalgo”; que es nulo de pleno derecho porque no fue acuerdo voluntario y libre, sino arrancado durante una ocupación bélica de nuestra patria. Ahora Barack Obama, valiéndose de la debilidad interna de nuestros gobiernos de dudoso origen electoral, simplemente continúa la prolongación de la muralla por más de 1,200 kilómetros de extensión, para marcar todavía más la apropiación.
Es inconcebible que los Estados Unidos, que también en otras épocas tuvo una mejor política exterior, haya luchado contra el llamado muro de la ignominia entre las dos alemanias, (al que también se le llamó la cortina de hierro) y hoy imite el atropello soviético nada menos que dentro de un territorio que también, como el alemán, antes y después de la guerra pertenece a la misma Nación. Es el caso de las tierras allende del Río Bravo que pertenecían a la Nación mexicana y que todavía existe por los millones de nacionales que la pueblan. El atentado es deplorable porque si bien, la ineptitud de los gobiernos panistas y priistas es manifiesta para mantener el país en paz y sin violencia, también lo es que el narcotráfico tiene su origen en el gran mercado norteamericano y en los decadentes modelos de consumismo hedonista y de diversión afectada por las drogas, de su misma juventud.
Con todo, Peña Nieto debe estar como en su tiempo lo estuvo Santa Ana con el presidente Burnet, muy complacido con el apoyo que le dispensa Obama como al traidor se lo dispensaron cuando en Washington, reconoció la Independencia de Texas para dejar asentado como hoy lo repite el presidente mexicano, que lo que se haga allá con los nacionales, es exclusivamente un asunto de la competencia norteamericana. Nuestra Nación mutilada les es indiferente.
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