Las vacas flacas de Calderón.- Jesús González Schmal

Foto: Página Jesús González Schmal

Hasta el fastidio ha repetido Calderón que su sexenio fue el de la infraestructura y el empleo. No obstante, los números se imponen y la realidad nos avasalla. Es absolutamente falso que, como dice el anuncio de Calderón pagado con nuestro dinero, la red de carreteras haya crecido más que en cualquier periodo sexenal anterior.

Según el Sexto Informe de Gobierno, la red carretera nacional aumentó 14 mil kilómetros al pasar de 360 mil a 374 mil. En los dos periodos anteriores de Zedillo y Fox según datos históricos de la Secretaría de Comunicaciones, el crecimiento fue de 28 mil en el primero y de 27 mil en el segundo (Martha Martínez, “enfoque” 14 de octubre). El propio Pérez Jácome, secretario del ramo, lo confirma matizándolo, diciendo que, en realidad, en este sexenio “se atendieron” 19 mil de carreteras, de los cuales solo 3 mil fueron construcción y 16 mil se modernizaron. (Aquí tampoco cuadran con los 14 mil del informe).

Lo que sí es cierto es que Calderón logró duplicar el gasto sexenal de Fox en el rubro: de 146 mil millones, erogó 351 mil millones en este período. Esto, en términos inequívocos, se conoce como ineficiencia e improductividad.

En materia de empleos, los números también se enfrentan con la engañosa publicidad calderonista. En campaña Calderón ofreció, de un millón a un millón 200 mil empleos anuales. Después, en el Plan Nacional de Desarrollo los redujo a, al menos, 800 mil empleos anuales al término de su gobierno. De acuerdo con datos del IMSS y la Secretaría de Trabajo, en cinco años y ocho meses transcurridos, se crearon apenas 2 millones 34 mil, menos de la mitad de los 4 millones 800 mil prometidos. La población económicamente activa demandante de empleo creció en el mismo lapso en 6 millones 500 mil mexicanos; sin contar el rezago acumulado de una cantidad similar que se disfraza porque, efectivamente, en el periodo de Calderón también se crearon 2.8 millones de trabajos en el sector informal que no pagan impuestos ni reciben protección social y que, ya en conjunto representan la tercera parte (33 por ciento) de la fuerza laboral en el país según el INEGI o de dos terceras partes (67 por ciento) según Candiani  líder de Coparmex. El Banco Mundial también hace su estimación entre el 50 y el 62 por ciento de la población que labora fuera de la economía formal en México.

Estas cifras tan elocuentes revelan entonces que Calderón sí cumplió su oferta del empleo, solo que en un 40 por ciento en empleos formales y el resto en “lo que se pueda” como informales. Eso sí, cada que el IMSS da una cifra de nuevos registros sin reportar las bajas, ni precisar si son permanentes o eventuales, Calderón aprovecha sus giras para alardear nuevos empleos.

Pero, por si fuera poco, todo este patético cuadro todavía en lo económico debe contarse que Calderón casi dobló la deuda pública al pasarla de 2.6 billones de pesos a 5.2 billones con lo que alcanza ya un 40 por ciento del PIB y el 170 por ciento del presupuesto federal anual de 3.3 billones.

Obviamente Calderón no relaciona estos datos con la crisis, ni con el drama humano que significa. Muy chistoso, ante una reunión con la Comunidad Judía el pasado 29 de octubre, se burló de los mexicanos cuando dijo que habían sido años “de vacas flacas” en relación con el sueño de José en el antiguo testamento e, incluso, sentenció la necesidad que tenemos de practicar la paciencia de Job.

El desquiciamiento calderonista es evidente. La incapacidad para entender la realidad es ya manifiesta.  Distorsiona a José en la correcta interpretación del sueño del faraón que fue justamente para evitar las carencias, dolor y hambre del pueblo, consiguiendo que en los años de “vacas gordas”, se colmaran en Egipto los graneros para evitar sufrimiento en los años de “vacas flacas”. Precisamente lo que no hicieron Fox ni Calderón con los impresionantes excedentes de ingresos petroleros, (véase hipercrecimiento de la deuda pública y de la pobreza del país).

Lo que Calderón en realidad deja es una quiebra moral por su soberbia e ignorancia que lo ciega ante el dolor y la ruina de un país hundido en la violencia y la anarquía que no son producto de fenómenos naturales inevitables, a los que puede sobreponerse el hombre con previsión, sino del descontrol y la improvisación al deshonrar los principios ético-políticos, en aras de satisfacer su vanidad y estulticia.