En la tortuosa vida política del país, desde la aparición del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 como fórmula que parecía necesaria para aglutinar grupos, corrientes, caciques y líderes de toda laya que disputaban el poder a nivel municipal, estatal o nacional, creando continuamente conflictos inesperados y regresivos; resultó al cabo del tiempo, la organización nominalmente partidista más adecuada para distribuir u ordenar el poder político que exigía, no solo disciplina de sus beneficiarios, sino que paulatinamente suprimió cualquier germen de pluralismo y engendró rápido un sistema corporativo de sectores campesino, obrero y popular, que perfeccionó el control y la hegemonía que les dio resultado por varias décadas.
José Vasconcelos fue el primer mexicano que no se dejó seducir por ésta “solución” y contra toda corriente de conformismo o acomodo de intelectuales, empresarios, profesionistas que no veían “tan malo” un modelo pacificador aunque fuera de corte fascista que magnificaba vínculos y símbolos históricos para afianzar los controles. Todo por la unidad y permanencia del grupo en el poder. El oaxaqueño se lanzó a la cruzada democratizadora para romper la inercia que vislumbraba a partir de la concentración del poder absoluto y la administración de concesiones populares a las masas y privilegios a los personajes de peso en la actividad económica financiera o industrial.
Al parejo se empezaron a institucionalizar las canonjías con los dineros públicos para ganar complicidades con quienes pudieran ocasionalmente resistirse a la extensión y permanencia del sistema. En paralelo se dio licencia a los líderes de los sectores obreros y campesinos para hacer sus propias “fortunas” siempre que correspondieran con la estabilidad de sus gremios y cubrieran los acarreos para concentraciones de apoyo y de votación multitudinarias.
En ese entorno fue vencido cualquier signo de oposición que inmediatamente era eliminada, por la vía del asesinato o, cooptada para sumarla al carro del partido y sus intereses a perpetuidad. El planteamiento democratizador liberal vasconcelista se fue perdiendo en el horizonte político y surge diez años después, la opción panista recogiendo los postulados éticos del movimiento del 29, recalando en la misión de los universitarios para romper la tendencia unipartidista y reivindicando el pluripartidismo como modelo democrático ideal e irremplazable.
Mientras el PAN mantuvo su independencia, la fuerza de sus propuestas aún fuera del poder formal, orientaron en mucho las decisiones nacionalistas, democráticas e incluso libertarias y de justicia social de los gobiernos priístas. Empresarios modernos que veían venir los resultados catastróficos del predominio del esquema de connivencia y corrupción, nutrieron con otros militantes clasemedieros las filas panistas hasta el momento que fueron avasallados por la oleada de empresarios “oficialistas” que saltaron del barco del PRI al del PAN en la voltereta de López Portillo cuando en 1982 les quitó, al menos momentáneamente, los bancos y las financieras. Desde entonces solo hubo una clase de empresarios o negociantes como, con mayor propiedad, los calificaba Eulalio Ferrer y que conformaron la línea neoliberal que lo mismo pertenece a un partido que a otro.
Ésta nueva modalidad empresario-político siguió la escuela de Hank que fusionaba negocios públicos con los de carácter privado. Derivada a su vez del alemanismo priísta, Hank popularizó la frase: “un político pobre es un pobre político” que hoy cumplen fielmente sus herederos peñanietistas. El polo de atracción de la política y el dinero se hicieron indisolubles, su argamasa es obligadamente la corrupción en el tráfico de influencias.
De ahí se desprende justamente la fortuna de Roberto González Barrera (a) “el maseco”. Carlos Hank en la Conasupo transfirió sin costo alguno a su posterior consuegro la patente de la harina de nixtamal Minsa que fue el detonador de la fortuna del hábil negociante que logró además que la empresa paraestatal, fabricante original del producto, languideciera para dejar los mercados nacionales y extranjeros a Maseca de capital privado.
Solamente los pagos del uso de la patente Minsa al gobierno mexicano que la desarrollo en el Instituto Mexicano de Investigaciones Tecnológicas del Banco de México, le hubiera representado al país un amplisímo presupuesto para el desarrollo tecnológico que hemos padecido en forma crónica por falta de recursos económicos. Ésta es la trágica historia que se repetiría de darse la aberrante resolución de aceptar el triunfo del discípulo dilecto de Atlacomulco.
Un gobierno democrático verdadero, que puede ser el de AMLO o el que surgiera de una nueva elección después de invalidar la mascarada del primero de julio tendría que investigar y rescatar los derechos y usufructo de una patente tan importante como la de la harina Minsa.
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