=Por Jesús González Schmal=
Existe también la idea de que en el caso de una elección fraudulenta e impuesto el titular del cargo por procedimientos amañados ocurre que, por temor a un mal mayor o con la ingenua esperanza de que en el ejercicio del cargo se rectifique la conducta antidemocrática, se legitime a éste, esperando gobierne con estricto apego al estado de derecho, para purgar sus vicios de origen.
En México no ha ocurrido ninguno de los dos supuestos. Ni las elecciones fueron claras y convincentes para que llegara Peña Nieto, ni en el año de ejercicio se ha legitimado gobernando para el servicio del pueblo. Al contrario, lejos de superar los rechazos originales a su persona, éstos se han acentuado y todavía más lejos ha estado el que sus decisiones y acciones de gobierno hayan beneficiado a algún mexicano que no sea de su grupo. La situación del país es francamente desastrosa.
Es evidente que el equipo de Peña tiene bien calculados los efectos que se están produciendo día a día con su gestión. Las encuestas, las consultas a la opinión pública, (las que sean confiables) deben estarle revelando el enojo, la ira, la desesperación de las grandes mayorías con el desempleo, la carestía, la violencia, la educación politizada, la cada día más evidente falta y falla de servicios públicos. La prueba de ello es que, también cotidianamente, Peña aparece en la televisión ofreciendo milagros para contrarrestar la frustración popular y, al menos, sembrar nuevas ilusiones.
La precipitación para sacar la contrareforma energética y política, seguramente obedeció a dos razones: si no es ahora, más tarde ya no saldrá y, segunda, porque la campaña para justificarlas en radio, televisión y prensa, podría generar una expectativa en la gente que durará un largo tiempo mientras regresa el desengaño, que volverá a paliarse con el argumento de que todo lo ofrecido se esfumó por alguna nueva causa, de la que nunca tiene responsabilidad el gobierno.
Probablemente se tenga preparado un nuevo Pacto por México o algo similar para generar nuevas esperanzas a partir de la capacidad que se tenga para acordar con panistas y perredistas. Se trata de comprar tiempo en tanto llegan las elecciones y con los dineros a raudales se reparta entre los partidos y al final se vuelve al trillado camino de dar al pueblo más empobrecido, despensas o tarjetas de débito para aliviar el hambre.
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