La democracia es o no es.- Jesús González Schmal

Foto: Página Jesús González Schmal

Se dice que la elección de Hugo Chávez en Venezuela fue un ejemplo de democracia, sobre todo, porque su opositor Henrique Capriles reconoció inmediatamente la relección, por tercera vez, del ex-insurrecto, hoy mandatario. El destacar el caso Venezuela les sirve a los apologistas de Chávez o a los que se valen de todo para demeritar a AMLO, para comparar lo ocurrido en México el pasado 1º de julio de 2012 y el anterior julio de 2006, en los que el candidato de MORENA no reconoció la legitimidad de Felipe Calderón ni, desde luego, de Enrique Peña Nieto.

Efectivamente, hay en las elecciones venezolanas gran semejanza con las mexicanas. Chávez utilizó todos los recursos del poder y del dinero ante un pueblo empobrecido para ser manipulado electoralmente. Una economía petrolizada, que al igual que la mexicana, no ha servido para lograr un desarrollo verdadero y homogéneo de la nación pero que sí ha valido, en cambio, para sostener a un pueblo atenido a los apoyos alimentarios y subsidios que les entregan “sus benefactores” en el gobierno.

Ni en México ni en Venezuela existieron condiciones para que el elector se expresara con libertad, como lo exige la más elemental democracia.

Aquí fueron las tarjetas Monex, Soriana y otros mil subterfugios. Allá, la promesa de viviendas y las credenciales para comprar barato en las tiendas del estado. En ambos países el descarado y humillante lucro político con las necesidades de los pobres y el negocio boyante de quienes los controlan.

Si Capriles se resignó fácilmente a aceptar sin chistar su sistema como democrático, allá él y su responsabilidad con su pueblo. La motivación puede ser desde una resignación de que las cosas son así y no tienen remedio o hasta un cálculo pragmático de que, como sea, se gana si se aviene con los poderosos.

En México fue distinto, AMLO no condesciende con simulaciones y farsas democráticas. La democracia es o no es, no hay medias tintas, la razón es obvia cuando se cede y trafica con los principios, no se daña al candidato o a su partido, se ofende y se lastima al pueblo entero y a su futuro.

Qué duda cabe que Chávez fue un presidente innovador. Su posición frente a Estados Unidos (excluyendo las estupideces contra Condolezza Rice) por demás encomiable, al igual que en sus inicios ante España, a cuyo reyezuelo incluso puso en su lugar. Su contribución latinoamericanista intachable. Todo bien, hasta aquí, con el agregado de que si su misión para favorecer a los más desprotegidos hubiese sido con la recta intención de hacerlo para lograr mayor justicia distributiva, y no agandalle político-electoral, sería aprobatoria pero cuando, como hoy, se ve claro que la soberbia, el narcisismo, la egolatría de Chávez lo convierte en un redentor irremplazable: ¡Cuidado! El tiempo limitado en el poder es la única receta infalible para no arruinar a los pueblos y enajenarlos con fanatismos y falsos ídolos.

Ahí es donde está la grave responsabilidad de Capriles. Escogió el camino fácil para no ver el mañana, tal vez esperanzado en un beneficio para su grupo político. Le faltó visión porque a Venezuela con Chávez en esas condiciones de extravío por el poder, no se le puede augurar mejores tiempos.

Volviendo a México. La gran aportación democrática de AMLO es el habernos dejado la lección de que con la democracia no se juega, porque se pone en riesgo la suerte de la nación. Él calificó de ilegítimo a Calderón, con todas las consecuencias que lo obligó a vivir seis años convenciéndonos, contra los poderes establecidos, que no podía ser ese el camino para los mexicanos. Lo que lamentablemente se probó con la secuela de violencia y atraso que padece México.

Lo mismo tuvo que hacer con Peña Nieto. Nada bueno puede venir si en política se actúa con la corrupción por delante. Los compromisos con lo peor de nuestro pasado sectario y voraz no pueden ser transformados o rectificados por más que la publicidad nos quiera hacer creer que es posible. En la democracia no hay atajos, sin duda, los medios no pueden justificar el fin. Sólo la congruencia ética entre lo que se quiere y busca, con lo que se emplea para lograrlo, que no pueden ser sino elecciones libres y equitativas, es lo que garantiza a un pueblo un encuentro con la verdad, la justicia y el desarrollo.

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